…ódiame sin piedad,
yo te lo pido…
Insultos al público acaba de hacer su
aparición en la cartelera de la Casona Teatral Vicente Revuelta, un escenario
que ya conoce el trabajo de Impulso Teatro por sus entregas anteriores
dirigidas por Alexis Díaz de Villegas: Balada
del pobre B.B. y Traslado (Thomas Melle). Esta última obra tuvo su
lectura en la más reciente Semana de Teatro Alemán y fue concretada
escénicamente en el espacio alternativo que dentro de dicha Casona Teatral gana
cada día más importancia para la cartelera del Circuito Teatral de la Calle
Línea.
Sin embargo, resulta
indudable que ha sido Balada del
pobre B.B. la obra que antecede por temática e intereses a la presente Insultos al público. A juzgar por el trabajo defendido por Impulso Teatro en
estos años, existe en este grupo una zona de trabajo que escapa a
convencionalismos teatrales y que echa mano a rupturas estéticas y
deconstrucciones sobre la escena. Tal fue el espíritu de Balada… obra sobrecogedora que abordaba los preceptos de trabajo brechtianos
a través de un paneo por las diferentes técnicas de su trabajo teatral. Esta reverencia también a la contribución de Vicente
Revuelta al desarrollo escénico cubano del siglo XX desataba los demonios
brechtianos con la recurrencia del cabaret macabro, el historicismo, el
alejamiento emocional del actor…
Insultos al público, obra de 1986, es un
escalón mayor en ese afán de aprehender la esencia teatral, desde la negación
de cualquiera de los preceptos que pudieran definir al teatro como expresión
más general. Esta obra del novelista austríaco Peter Handke, fue en su momento
acogido excelentemente por la crítica y cuenta con múltiples montajes en todo
el mundo. Y después de esta presentación habanera, no creo equivocarme al
asumir que su éxito reside también en su irreverencia, en el maremágnum de
sentimientos encontrados que deja a su paso.
Insultos…se escabulle hacia los
terrenos de la teoría en escena. Se trata de un extraño juego de dominación
donde el público pasa a ser observado; juzgados su voyerismo, su pasividad, su
perfecta estupidez de auditorio. El discurso frontal golpea a la cara en las
voces del personaje múltiple que sobre el escenario se levanta en el cuerpo de
siete actores vestidos de manera uniforme con jean y camisa para a su vez
resaltar la idea del bloque unido. Sobre todo para subrayar la idea del
“nosotros”— reservado para ellos sobre el escenario— y el “ustedes”—utilizado
para referirse al público. El bloque del “nosotros” se enfrenta con palabras al
“ustedes”; los actantes convierten a los voyeristas en personajes antagónicos,
en entes opuestos ya que su esencia es visceralmente diferente: los unos hacen,
los otros observan, los unos mienten, los otros se dejan engañar.
Desde el inicio el público es
advertido, como quien asiste a una sesión de azotamientos sadomasoquistas donde
se nos han explicado antes y al detalle las exquisitas torturas de la carne que
disfrutaremos. Como pocas veces, el teatro no engaña, de ahí la decepción ante
la verdad sobre el escenario, ante el derrumbamiento de la cuarta pared, ante
la luz que ilumina de manera constante la sala. Y como público hablo ahora
desde el profundo desasosiego que ha causado la obra en la audiencia. Porque es
una obra que pega, que insulta, que no es benévola con el “respetable”, que
derriba cualquier teatralidad, ilusión, sensación de protección.
Trepidante de principio a fin. La
misma cuenta con una dramaturgia interna que revisa las teorías de la recepción
desde un discurso frontal puesto en voces de los actores. Este personaje
múltiple es como una medusa en escena, se contrae, se expande, sus tentáculos
venenosos alcanzan al público. Y sus palabras… solo usarán la palabra para
desnudar, para avergonzar, para insultar. He ahí el profundo ejercicio también
filosófico que se desteje de esta puesta, metáfora de una sociedad basada en la
palabra como método de dominación. Sobre este escenario también se dominará y
humillará con palabras.
Encuentran los insultos prometidos
su escalada final en la escena última donde se magnifica la voz de los siete
actores. Los micrófonos, alineados sobre el escenario son la batería reservada para dar el golpe final, el knock out a los espectadores: los
insultos sobrevuelan la sala, nos sobrecogen como seres sociales entrenados
para recibir. La obra de Peter Handke
rebasa cualquier auditorio donde se escenifique. Las reflexiones, el mundo que dibuja
no es solo el de la audiencia enfrentada. La audiencia es el espejo del mundo
que el autor dibuja, sus insultos contra el público son en realidad insultos a
la sociedad que dormita en una suerte de ocaso social.
Alexis Díaz de Villegas ha navegado
exitosamente en el arte de orquestar las voces de los actores, al pedirles el
sometimiento de su esencia ficcional, objetivo logrado con gran verosimilitud sobre
todo en los actores de más experiencia de trabajo con Impulso Teatro. Matar la
teatralidad, ocultarla bajo la ilusión de realidad, es quizá uno de los
ejercicios más difíciles de lograr sobre escena y en la noche de su estreno el
grupo liderado por Alexis ha salvado los escollos.
Creo que es un trabajo que resume
las inquietudes de Alexis Díaz de Villegas como director y actor, de penetrar
desde el mismo hecho teatral el teatro en su esencia, como la metáfora del niño
que destruye un juguete para entender su funcionamiento. Sé que además es una
obra difícil para una audiencia que espera teatro, entendido dentro de
cualquiera de los parámetros que le definen como hecho artístico, pues “no es
teatro, es la vida misma”. Ahora damos la palabra al público, ya que son ellos
el objeto de los insultos y la diana de este ensayo sobre escena.
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