He estado deseando escribir sobre
Oshin desde que inició su
retrasmisión en Cuba este 2018, sin embargo sentimientos encontrados me han hecho
caer en la conocida procastinación nuestra de cada semana.
La serie que fuera originalmente divulgada por la NHK entre 1983 y 1985 llegó a
la isla, como llegan muchas otras novelas ─pienso rápidamente en Vale todo (Rede Globo) que nos legara el término “paladar” además de su concepto─.
Así mismo llegó Oshin, con ese
donaire didáctico, dejando atrás las frivolidades de la vida; enseñó a los
cubanos a tener un poco más de humildad, paciencia, perseverancia…en fin a no consumir la vida en vanidades como dijera
también Sor Juana.
Y nos vino bien. Allá por los
noventa cualquier clase de expectativa que se fuera armando ante nosotros valía
la pena, como una ciudad que de súbito se recuerda a sí misma y levanta sus
cimientos sobre el recuerdo de lo que fuera antes
─antes,
antes diría un personaje de Gozar, comer, partir (Arturo Infante,
2007)─. Así tuvimos varias tablas de salvación que por el momento no
mencionaré en este espacio ─: Oshin, el personaje, fue una de
ellas. Su actitud tan nipona, recordaba lo de poner la otra mejilla, o
traducido a su lenguaje: pedir perdón, esforzarse, confiar en que el éxito
llega tras el arduo trabajo. Muchas abofeteadas mejillas cubanas siguieron
entonces sus enseñanzas en aquel tiempo, entre otras razones, porque no había
de otra.
Treinta años después la
Televisión Cubana apuesta por esta retrasmisión; aunque en un horario no
estelar. Vuelve Oshin con su
didactismo, con su discurso triunfalista a pesar de bombas, hambre, prostitución,
muertes y abandonos familiares… y nos dice que pongamos la otra mejilla, que nos
esforcemos más, que trabajemos más. Su fe ciega en un futuro mejor hace que
esta vez la miremos con cierta suspicacia.
Comentarios
Publicar un comentario