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Marías del Alentejo Festival das Marias - Festival Internacional de Artes no Feminino, octubre 2022

Volver al teatro es también regresar al convivio que es el teatro. Empacar en las maletas lo imprescindible y viajar cientos de kilómetros por aire o por tierra para estar frente o junto a otros y  llenarnos de sensaciones renovadoras y abrazos y presencias de otros en ese lugar mágico que sigue siendo el espacio teatral. 

La región del Alentejo portugués tiene ese sabor de antaño capaz de enamorar a quien guste de las tradiciones; sin embargo se alza también como un hito en el ámbito del teatro iberoamericano como centro de cohesión de teatristas desde la constitución del  FITA -Festival Internacional de Teatro de Alentejo- y del más joven Festival de las Marías, un festejo internacional de arte femenino que ha celebrado su tercera edición en octubre de 2022. Dicho festival ha sido convocado desde el núcleo creativo de la Asociación Lendias d´Encantar y organizado como su directora artística y curadora de sus diferentes espacios por Leopoldina Almeida.

Hacer un festival que ensalza la creación  femenina en una región marcada por un fuerte tradicionalismo como el Alentejo portugués resulta en sí mismo un acto osado. Con su propuesta artística, los organizadores -la Asociación de teatro Lendias d´Encantar y la Compañía Alentejana de Danza Contemporánea CADAC - buscan ampliar el horizonte artístico presentado al público, así como su acceso a «otro tipo de teatro», más inclusivo,

Entre el 13 y el 22 de octubre el Festival de las Marías estuvo presente en las ciudades alentejanas de Beja, Aljustrel, Mértola, Grândola y Santiago do Cacém con propuestas realizadas por mujeres y para mujeres, donde se valoriza su trabajo además de proveer un espacio de diálogo entre creadoras.

La música fue uno de los protagonistas con una exquisita selección entre las que estuvieron artistas como la cubana Yaíma Orozco en la Galería del Desasosiego en Beja, la brasileña Michelle Mara con su voz prodigiosa que tuvo presentaciones en Mértola y en el icónico teatro Pax Julia o el colectivo Crua, mujeres ejecutantes del adufe que acompañadas por su voz reivindican este arte tradicional portugués.

Una parte importante de este festival lo constituyeron sus propuestas de talleres y conversatorios que redundaron en el empoderamiento femenino y la concientización de la desigualdad en ámbitos domésticos, laborales y creativos, enfocados sobre todo en presentar herramientas de trabajo desde la creación artística.

Joana Guerra Tadeu, «Ambientalista Imperfeita» presentó un taller bajo el nombre de Ecofeminismo, rubro en el que se aúnan feminismo y ecologismo para concientizar el trabajo que se hace necesario en pos de alcanzar un mundo más equitativo y saludable en un ámbito marcado por actitudes patriarcales. De manera similar, el taller Decrecimiento y feminismo, impartido por la profesora Marisol Bock, presentó un panorama que interrelaciona una tendencia como el decrecimiento -como concepto económico- en favor de la liberación de actitudes que oprimen a la mujer y a los recursos de la tierra de manera exhaustiva. También estuvieron las aulas de actuación bajo el nombre de Laboratorio de experimentación teatral, y de danza Aprender o corpo através do movimento a cargo de la actriz  Yakelín Yera y las bailarinas Laura Ríos y Mariela Tolentino respectivamente. Otros espacios de enseñanza fueron dirigidos a escuelas y otros espacios de formación social. 

La Galería del Desasosiego, un espacio de auténtico convivio teatral donde tenían lugar los encuentros informales entre participantes, se convirtió también en sala de teatro alternativa -Marta Coast Gin o Yorick: Ophelia debe morir -; espacio para conciertos y sala de proyección de documentales y materiales audiovisuales. Fueron presentados en ese espacio los documentales Elas também estiveram lá, una creación de Teatro do vestido con dirección de Joana Craveiro, sobre la presencia de las mujeres en los espacios públicos y momentos cúspide de la historia portuguesa de los que han sido continuamente invisibilizadas. También el documental  Viver do quê? de las realizadoras Patrícia Leal e Vera Abreu con historias de vida de varias mujeres trabajadoras, que constituyó un análisis de los mecanismos de subsistencia económica de las mujeres de varias familias en entornos signados por las relaciones de poder patriarcales .

Otro de los aspectos importantes a destacar en estos días de festival fue la presencia de acciones de promoción de la lectura la presentación de libros sobre y de mujeres que tuvo un espacio de venta permanente en el Museo de la Reina Leonor de la ciudad de Beja y en especial la conferencia Já não sei a quantas volto. O percurso de uma mulher que perdeu o medo, una historia de vida de la escritora e historietista Clara Não, quien a pesar de su juventud se ha posicionado como una de las ilustradoras cuyo discurso feminista, ha sabido comunicar con humor abordando temas medulares de la vida moderna, cuestionando asunciones en torno a las mujeres y otras preconcepciones.

El festival de teatro de arte femenino tuvo, por supuesto, una importante presencia teatral con propuestas siempre diferentes, con discursos disímiles que tuvieron como denominador común la colocación de los personajes femeninos como eje central.

  Bailar a ritmos impuestos

 La Companhia Alentejana de Dança Contemporânea –CADAC– estrenó en el marco de este festival su más reciente obra. La misma tuvo su primera presentación en la ciudad de Aljustrel, y más tarde llegaría al escenario del Pax Julia de la ciudad de Beja. A imposiçao es la creación para cuatro bailarines de la mano de la coreógrafa cubana Laura Ríos, quien ha bailado en prestigiosos grupos como Danza Contemporánea de Cuba, Mi compañía o Los hijos del director.

El público accede a la sala en tanto los cuatro bailarines (Wilmer Minyety, Abel Rojo, Mariela Tolentino y la propia Ríos)  caminan elegantemente recorriendo el escenario. El vestuario de mallas azul cielo, que cubre completamente sus piernas y sus torsos, junto a las pelucas blancas y labios de exagerada purpurina blanca les hacen parecer maniquíes que se muestran tras una vidriera de una tienda cualquiera. Las sonrisas fingidas, las manos elegantemente posan, se mueven entre pausas largas. Los cuerpos se saben observados.

Un estridente ruido irá marcando los diferentes momentos de la coreografía que escalará en su ritmo.

Ahora los cuerpos ya no se desplazan, desde el fondo del escenario los cuatro bailarines enfrentan a su auditorio en actitudes casi desafiantes, liberadoras... Comienza como un juego infantil, la repetición de una palabra: -un «po» explosivo- es dotada de múltiples significados. Una misma sílaba  es «disparada» de disímiles manera por los bailarines, llenando el espacio sonoro a su alrededor, creando una partitura sonora barroca,  una molestia auditiva que llenará y dominará todo el ambiente sonoro de la sala. Va creciendo en el público la sensación de incordio, de encierro...

Un tercer bloque coreográfico acerca a los bailarines más hacia el proscenio. Esta vez a partir de la respiración de los bailarines se tejerá una trama igualmente cargada. Manteniendo respiraciones pesadas, sonidos guturales, acompasados ayes ahogados en movimientos poco naturales que irán ahora deformando el cuerpo, llevando un poco más allá el límite de la resistencia de los cuerpos entrenados de los bailarines. Nuevamente la sensación de molestia crece en el público. Aquellos cuerpos han salido de su espacio de belleza, de conformidad, ahora se muestran ante nosotros como  animales, todo respiración, sudor, carnes que se agitan, se estiran acompasadamente descubriendo nuevas movilidades.

Un siguiente momento acerca a los cuatro bailarines al proscenio, para comenzar entonces uno de los momentos más subyugantes de la puesta. Armados con hula hula negros  empiezan a hacer girar sobre sus cinturas acompañados en un inicio de una música de aires indios que se irá tornando en una música sicodélica al ritmo de la cual los bailarines seguirán bailando sus aros, manos arriba, como muñecas obligadas a moverse. El diseño de luces de

Sufren, sentimos que castigan el cuerpo, como personajes incapaces de abandonar el ritmo, de querer más, de luchar por más, abarcar más. Ocurre ante nosotros la degradación de estos cuerpos, su esclavización, su tortuoso camino a la libertad. A imposicão es una suerte de ascensión al monte calvario. El ambiente sonoro ha dejado de ser natural siendo suplantado por la propuesta sonora de Iván F. Real: persistente, esclavizante, de ritmo trepidante, a la vez que sobre el telón blanco de fondo se proyectan las sombras de la muñecas que bailan repetitivamente: manos en alto, un hula hula cuyo movimiento parece no acabar nunca. 

Si en algo muy evidente concuerda las selecciones llevadas a cabo para este Festival de las Marías es en la reflexión en torno a como la vida moderna subyuga al hombre y la mujer, plantando pautas antinaturales que terminan por dinamitar la vida misma. Creo que esto es A imposiçao, un ejercicio de liberación de pautas mediante la danza, cuya energía logra alcanzar al público y así como vemos los cuerpos danzantes que sufren, obligados, sus respiraciones, sus movimientos. Se trata de una metáfora en escena que nos representa a nosotros, como parte de una masa amorfa de ciudadanos agredidos por estructuras de poder impuestas.

 

Mujeres invisibles bajo el cenital

 Sara Barros Leitão cree en la liberación femenina. Sus proyectos artísticos van encaminados a visibilizar  a la mujer  y crear  redes de apoyo, estudio, lectura -como el proyecto Heródies, club del libro feminista- o la plataforma de creación Cassandra desde la que da espacio a sus proyectos teatrales. En tanto, sus estudios de teatro y sobre la mujer convierten el escenario en «un megáfono para contar la historia de los olvidados», según ha afirmado en sus redes profesionales.

Monólogo de uma mulher chamada Maria con a sua patroa es un título que nace inspirado en el libro de 1972  Nuevas cartas portuguesas de las autoras Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa y que, como el libro, tiene la tarea de dar voz a las mujeres y visibilizar su presencia en la historia, y el decursar de la vida. En esta ocasión, son las protagonistas las empleadas domésticas cuya historia en Portugal constituyen hechos en paralelo a la historia estudiada en libros de manera oficial.

El espacio teatral escogido es íntimo, con el público acomodado sobre el escenario del Pax Julia de la ciudad de Beja. Una mujer limpia con denuedo el tabloncillo, la acompañan cubos, fregona, pomos con detergentes...al fondo una lavadora de la que sale, a medias, un telón rojo. En silencio total realiza este ejercicio teatral de limpiar el espacio de la representación. Desenrolla unas alfombras rosadas cuando se da cuenta de que no le será posible caminar por el espacio que ha limpiado sin ensuciar nuevamente. En este punto el naturalismo mantenido en escena por la actriz  se torna farsa, su manera de actuar será, durante la siguiente escena, clownesco. Le obliga a asumir acciones imposibles como usar guates de hule en los pies; o remar por una habitación sentada en una palangana e impulsándose con la fregona; recorrer el espacio pisando solo sobre los paños de cocina...es esta imposibilidad, esta acción planteada la que lleva al personaje a la reflexión: el consiguiente monólogo que sostendrá con el público.

Ella, convertida en un símbolo, en una voz se da a la tarea de contar la historia documentada de las empleadas domésticas, desde el siglo xix en Portugal. Se trata de un texto lleno de datos históricos, fechas, recreaciones de eventos  en la voz de muchas mujeres de maneras que la idea de un personaje queda diluida en una identidad general, en una voz coral que son, según esta creación de Barros Leitão, las mujeres todas.

La creadora convierte el escenario en una plaza cívica para dar voz a las mujeres cuyo trabajo ha tenido que ganarse un espacio de protagonismo en la sociedad -lo mismo que el universo femenino fuera visibilizado a través de las Nuevas cartas portuguesas-. Desde los primeros intentos de sindicalizar a las mujeres, intentos plagados de hechos violentos, encierro, la esclavitud moderna disfrazada de bondad.

Monólogo… está lleno de datos, lleno de voces, de imágenes que dificultan la identificación del público con «la mujer llamada Maria». María es un símbolo, un personaje múltiple al que Sara Barros presta su cuerpo: ora es la chiquilla que llega a servir a una casa los 11 años y pasa sus días sumida en la más profunda soledad mirando por la ventana, mal comiendo en tanto sirve manjares a sus patrones; ora es la activista que cae presa por manifestarse en la calle, o la mujer que quiere crear un sindicato, la empleada que lee El capital y entiende que «la plusvalía es la fuerza de “Lisboa”».

La actriz mantiene un ritmo trepidante durante la puesta, desde las acciones físicas al texto es capaz de conducir a los espectadores a los espacios narrados, cambiando casi imperceptiblemente de un personaje a otro,  de un tiempo a otro. Son muchas la luchas que aún tenemos por delante las mujeres dentro de la sociedad patriarcal en la que vivimos y la sociedad portuguesa se vuelve a revisar con una obra como esta: el problema de la invisibilización femenina no ha desaparecido. Sara Barros Leitão, lo sabe como creadora y como mujer comprometida, la Revolución de los Claveles no fue más que un hito dentro de la lucha femenina y ahora las mujeres, las empleadas domésticas tienen aún otros frentes en los que luchar como la integración de las inmigrantes, la sororidad, el autodescubrimiento.

Si algo agradecí como espectadora fue la actualización ofrecida por la creadora de la situación de las empleadas domésticas a la luz de nuestros tiempos, lo cual da a esta obra un matiz de actualidad. Estamos dentro de una obra histórica viva, que se va reescribiendo a cada paso, un vivo ejemplo de cómo el espacio teatral ha sido tomado como podio de lucha, con los elementos teatrales puestos todos en función de la comunicación de una idea. 

Salimos del teatro cambiados, miramos a nuestro alrededor oteando los rostros femeninos en las calles: la lucha femenina no está relegada a los espacios públicos.  Sino que parte de la conquista de los espacios privados y del día a día. No son grandes revoluciones las que nos lleven a un cambios sino espacios de concientización diarios como el del trabajo que propone Sara Barros Leitão llevar a cabo, esta vez desde las tablas a la cara misma del público.

 Hijos de Abel: un teatro caminado

 Quizá no sea muy temprano en nuestra historia para pensar en un libro que recoja muchas de las invenciones teatrales que vivimos durante el confinamiento del covid-19. El teatro como arte presencial vio sus bases removidas al punto de que muchos teatristas  cayeron en el profunda sima de las disquisiciones filosóficas del tipo «Y ahora, ¿qué nos vamos a hacer?» Fueron múltiples las entregas que tomaron herramientas prestadas de la transmedialidad para seguir produciendo teatro, por ejemplo, o algo cercano al teatro -dicho por sus propios creadores-.

Sin embargo, pensar la vida y el teatro desde la transmedialidad no es nuevo. Solo que esta vez no se trataba de una vanidad artística. Ni  tan siquiera de un experimento con el que poner al espectador en posición de pensar en el teatro como una experiencia que no le pondrá cómodamente frente a una butaca, sino a veces, muchas veces detrás de una protectora pantalla negra desde la que puede invadir, otear, observar -a veces con morbo vouyerista-, sin ser visto.

Hijos de Abel es la entrega al público de una experiencia vivida por los miembros del grupo portugués Prado, Associação Cultural, presentado como una de las propuestas más interactivas de la muestra de teatro escogidas al Festival das Marias 2022. Concebida como una «caminada teatral»,  Hijos de Abel fue concebida a partir de los ensayos que realizó el grupo durante el período más duro del confinamiento.

Su directora Patrícia Portela da la bienvenida al público frente al Museo de la Reina Leonor, apenas a unos pasos del teatro Pax Julia. En tanto, explica el proceso de montaje:  «obligados por las circunstancias no podíamos reunirnos, no podíamos ensayar, ni siquiera tomarnos un café...solo nos era permitido caminar por la ciudad, así empezamos a hacer teatro caminando, hablando y así surgió esta obra…» Habla con pasión de todas las experiencias que han tenido, de todas las ciudades que les han acogido en cuyas calles los actores proponen las diferentes experiencias de este teatro inmersivo; y de la respuesta que han tenido de parte del público, a veces emotiva, a veces lacónica, o asustadiza…

Ella se da a la tarea de organizar al público en parejas frente al museo ya que no es un performance que podamos ver en grupos grandes como en un teatro más tradicional. Se trata de caminar, de seguir a un actor y dejarse envolver por sus historias. Sin embargo, hay algo que difiere de una guía turística al uso: Hijos de Abel es una experiencia capaz de mezclarse  con cualquier espacio citadino donde se encuentre el grupo, de «descubrir y habitar» más que «usar y mostrar».

Hay casi diez actores y cada uno conduce a sus pequeños grupos de asistentes a diferentes espacios del museo y sus alrededores, les toman de las manos, los llevan por caminos que son a su vez historias teatrales, de pandemia y de vida.

 Las narraciones pueden ser infinitas, como una trama inabarcable de espacios fractales; historias que se copian, y se reinventan ante un público nuevo cada vez, un auditorio renovado que asiste a un ritual de confesiones protegidas por la licencia del teatro. 

Pude vivir la experiencia de tres recorridos. El primero nos llevó a un primer grupo a los pies de la estatua  en madera de San Antonio dentro del antiguo convento que albergara a la monja Mariana de Alcoforado en Beja. Sentados sobre una roca a manera de banco dentro del antiguo convento, la actriz Sara Alexandra  nos habla de los siete pasos para lograr lidiar con cosas indeseables en la vida. El personaje que se confunde con ella -los límites entre realidad y ficción han quedado borrados- habla de su camino personal para lidiar con la pérdida. Ella repasa los siete pasos como si se tratara de un decálogo facebookiano en tanto habla de su experiencia para «aceptar que no conoce a su hermano y que su vida gira únicamente en torno a encontrarle». Nos mira a los ojos, en un espacio confesional lleno de inocencia, pausas, dudas de la actriz que bien pudieran ser los del personaje.

Una segunda caminata me llevó junto a otra espectadora de la mano de la actriz Ema Pais. En su performance Serar, la acompañamos por la plaza en silencio hasta que comienza su confesión. Ella ha encontrado una manera de dejar de sentir angustia y nos pide que cerremos los ojos y dejemos que nos guíe. Una especie de meditación caminada con el agregado de dejarnos guiar por ella para concentrarnos en nuestros pasos, el ruidos de la calle, los pájaros que cantan...nos rocía con lavanda, canta a nuestro alrededor, nos guía aun con los ojos cerrados por varias calles. Debo confesar que caí en profunda meditación y disfrute del momento, como ella misma advirtió.

Una tercera caminata  nos llevó a tener una diáfana conversación con otra actriz que dijo coleccionar historias sobre viajes. Con Estudo sobre a Circularidade da Viagem, la actriz Beatriz Gaspar plantea, ante todo, la disolución de la idea de teatro. Su performance es una conversación con personas del público a quienes invita a compartir una imagen particular sobre un viaje determinado. Con esta acción la sensación de estar ante un hecho teatral desaparece. Confieso que me sentí ingenua ante la cercanía de las actrices, ante la forma de abordar el viejo arte de representar para otros con la intención de causar en ellos, un cambio, una reflexión como es la raíz de la palabra teatro. Más que ver, logré como espectadora sentir a cabalidad la idea de una inmersión total. Si fue ficción o no, ahora mismo no sabría decirlo, pero si tuviera que adivinar diría que sí y no: partir de una experiencia personal y crear una dramaturgia del suspense, donde cada hilo de pensamiento, cada ruta nueva, cada experiencia es una puesta diferente.

Creo que uno de los elementos más importantes es que estas entregas pospandémicas se centraran completamente en la presencia del actor, no en la transmedialidad que llegó a dolernos como teatristas. Hijos de Abel es una experiencia teatral que me gusta imaginar en sus múltiples variantes, en espacios más incómodos, donde la dramaturgia pueda ser más trabajada en función del personaje que se nos presenta. Queda como un performance, mas pienso que se trata de una excelente matriz para trabajar de cara a futuras entregas de Prado, Associação Cultural de la mano de su directora y sus jóvenes actores.

 Un cargador ha muerto y es toda una desgracia

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No es secreto que vivimos en un mundo diferente al de nuestra infancia, con pautas y traslados futuristas que no nos hacen felices todo el tiempo. Los médicos hablan ya por ejemplo de la ansiedad como la gran enfermedad del siglo xxi y del «cuello de móvil» como enfermedades psicológicas y físicas que marcan a una sociedad cansada a decir del filósofo surcoreano Byun Chul Han.    

Hace algún tiempo escuché a una amiga afirmar que las mujeres estamos destinadas a la agonía social en tanto «el mundo siga esperando tanto de nosotras», acompañada por esta idea entré a la pequeña sala del teatro Pax Julia para ver una de las más modernas y divertidas reflexiones teatrales sobre el peso de la hiperconexión y la modernidad sobre la mujer.

La bailarina Marta Jardim propone con Vital: solo á morte de um carregador una reflexión en escena sobre este tema medular.  Apenas sin usar palabras, solo una cadena de acciones de danza, la actriz remeda los comportamientos femeninos en la búsqueda de la perfección de las mujeres modernas. En este mundo donde la naturalidad ya no es considerada un don y las exigencias hacia las mujeres rayan en lo absurdo y en la deformación del cuerpo como nuevo canon de belleza.

Una mujer avanza a gatas y a ciegas sobre un escenario abarrotado de lámparas redondas de luz LED: en su mano un mouse cuyos clicks sirven de impulso auditivo para sus movimientos robóticos, en tanto el cable de alimentación sale de su boca. Ella es un homúnculo que va despertando a este nuevo mundo tecnológico, se alimenta y vive para él. La mujer está ahogada bajo las múltiples miradas de las cámaras, los muchos ojos, conexiones que incomodan, exponen y drenan la energía del personaje al intentar impostar un comportamiento virtualmente aceptable.

La repetición de una estructura dramática a lo largo de la entrega pondrá en modo de bucle este comportamiento. Cada escena está constituida en sí misma por una repetición de acciones que redundan en el intento -siempre el intento- de la perfección virtual. Sin embargo, la naturaleza humana de la mujer le traiciona, no puede competir con filtros, tacones de aguja, los andares  seductores. No se trata de una mujer que falla, no es un personaje, sino un símbolo de lo femenino amenazado por las máquinas, por la hiperconexión y la inmediatez.

La estructura dramática puede dividirse en varios momentos cuya estructura interna se repite a partir de una idea o tarea escénica: modelar de manera atractiva con tacones, meditar sobre cápsulas con mensajes de voz para alcanzar la felicidad instantánea o el abotargamiento de los sentidos -de esas que pueden encontrarse a mares en el internet-.  

Acaso uno de los hallazgos de esta entrega pudiera ser su diálogo diáfano y directo con el espectador mediante la ridiculización de sus acciones lo cual crea empatía instantánea y arranca una que otra risa al público. Cada nuevo intento del personaje por parecer «normal» ante las cámaras que le apuntan constantemente terminan en una repetición vacua y desesperada por encajar en una sociedad que no espera, arrastrada por la tecnología y su hambre insaciable de likes y posts: la luz se convierte en penumbra horrorosa, en tanto las palabras seductoras se tornan llamadas de ultratumba.

Marta Jardin propone con esta puesta una reflexión sobre el presente de la humanidad, trayendo a la palestra múltiples preguntas y reflexiones sobre el papel de la mujer en la sociedad moderna.

 Ophelia há muerto, viva Andreia Moreira

Yorick regresa de la muerte…entra por la puerta lateral de la sala íntima de la Galería del Desasosiego donde por varios días ya los asistentes al Festival de las Marías en Beja se han reunido para experimentar juntos intensas jornadas teatrales. El personaje creado por la actriz y directora portuguesa Andreia Moreira es una provocación a todo lo establecido, a la asunción del papel pasivo de la mujer. Esta noche ha llegado de un lugar desconocido -acaso el mundo de muertos- para convidar a los asistentes a una fiesta. Una fiesta para desclasados, para mujeres gordas, negras, LGBT, para hombres que no cumplen cánones, homosexuales...La galería se torna entonces un lugar de festejo de la diferencia. El discurso irreverente del personaje de Yorick está enfocado en subvertir órdenes, su energía provoca a los asistentes, les implica, se dirige a ellos, les pregunta insistentemente: «serías capaz de matar a Ophelia?»

Es preciso decir que el trabajo que durante años ha llevado a cabo Andreia Moreira ha sido enfocado precisamente en subvertir cánones, dinamitar estructuras que fuerzan al hombre, en su sentido genérico, y a la mujer en su sentido particular. Sus cursos, talleres y entrenamientos -como el ofrecido en el Centro Unesco de Beja, Ciclo menstrual, poder personal y creatividad- han sido enfocados hacia el empoderamiento femenino y la validación de la otredad. De esta misma manera el personaje de Yorick, como un alter ego teatral  de la propia Andreia convida a los asistentes a «matar a Ophelia» o lo que ella representa: la mujer sumisa, que no alza la voz, la que siempre dice que sí. Sin embargo, no hay tintes lúgubres en esa muerte...siendo Yorick mismo una encarnación alegre de la muerte, la invitación a matar a Ophelia «la buena» es motivo de fiesta, de celebración con nosotros, los miembros del público convertidos en esta ficción teatral en los desclasados, los que no cabemos dentro de ningún canon, únicos en nuestra propia individualidad. Así que la acción de matar a Ophelia se convierte en una gran fiesta, también en la puesta del renacimiento de Ophelia como una mujer real.

El vestuario es en sí mismo una subversión: una gorguera-lechuguilla de cartón corrugado que se agarra a la espalda del personaje con unas cadenas cruzadas, el pecho desnudo y maquillado de blanco, en tanto de una pistolera  saca sus tabacos y fuego. Su actitud juguetona es calzada por un entrenamiento en el clown que llevan a la actriz a mantener una energía constante durante toda la obra, acusada de movimientos permanentes, tics con los que ha construido su personaje.

La también la directora de esta puesta ha logrado dentro de esta dramaturgia articular varios momentos en los que la implicación con el público va en crecimiento, desde interpelaciones divertidas, paseos entre las mesas, pequeños diálogos hasta convertirles a los asistentes en actores implicado em su dramaturgia, en asistentes juguetones que hacen barcos de origami, que bailan, que se unen a ella en una danza de celebración de la muerte de Ophelia-símbolo, un espacio de comunidad donde fuimos convidados a mirar al otro a los ojos, bailar entre las mesas, sobre el escenario...libres por una noche en el espacio teatral.

 Si algo hubiese deseado como espectadora, hubiera sido que la fiesta teatral terminara justamente en una fiesta. Sería quizá mi único reclamo a esta entrega de Yorick-Ophelia debe morir, donde las energías hacia el final de la puesta habían sido elevadas y se terminó abruptamente con el mutis teatral de la actriz.

Andreia Moreira ha mantenido una vida dedicada a la concientización social a la visualización del poder femenino y a la naturaleza mágica del ser humano. El personaje de Yorick es una extensión de su espacio pedagógico mantenido durante años en diferentes países y espacios de entrenamiento teatral y profesional. Sus talleres, como el presentado también en el marco del Festival de las Marías -Ciclo menstrual y creatividad- están ligados a ofrecer herramientas de trabajo creativo a los asistentes.

Otro de sus espectáculos presentes en el Festival de las Marías, Fufu,  presentado en una de las habitaciones de la residencia creativa de Mark Divo en Beja, constituye también espacio de intimidad y reflexión. Una mujer está sentada sobre una mesa y amasa  una bola de harina, en la que se van mezclando las plumas de su boa roja, los pétalos de las rosas que va rompiendo... En tanto el olor a crudo invade el espacio y ella pregunta a los asistentes si han visto a Fufu, un hombre quizá, otro personaje por el que está atormentada, quien no llega, que prometió venir, no ha llegado... Su personaje vive en un espacio eternizado, inmóvil de espera de aquello que desea. Su deseo es también su inmovilidad...la actriz permanece sentada sobre sus pies como un busto inmóvil, el símbolo de la mujer que espera, se perfuma con la harina con que ha hacho la masa, en juega con su boa de plumas rojas y se pinta los labios de rojo. Fufu es un performance, una poesía escénica que habla del tormento femenino de olvidarse de una, de los peligros de no cambiar. Una mujer enloquecida, habla de su amor, se siente abandonada, desde un espacio de superioridad sobre el público valida su locura, su ostracismo ella es «puta, y es loca porque ha vivido».

Fufu es una acción, que funciona de manera orgánica em el espacio de presentación elegido, como la casa divo, el espacio vintage de luces calientes, llenos de sombras, luces, es como estar en un espacio envejecido, casi abandonado. el personaje interpretado por Andreia Moreira parece haber surgido de esas paredes, salido de uno de los polvorientos anaqueles para seguir esperando a Fufu, algo que debió haber sido trascendente y quedó como una frustración. se trata de un símbolo de aquella Ophelia que matamos los asistentes a la fiesta de Yorick y el personaje que ha trabajado en sus diferentes variantes la actriz Andreia Moreira en sus diferentes espacios teatrales y docentes.

 Un personaje que vive aún

Desde Cuba ha llegado El Baile, una obra creada por el dramaturgo Abelardo Estorino que ya hemos visto a lo largo de los años en la Isla. A la entrada de la sala íntima del teatro Pax Julia, Julio César Ramírez, director del grupo cubano Teatro D´Dos, conversa con el público sobre la vigencia de esta puesta a la luz de la historia de la Cuba de hoy.

El personaje de Angelina Zaldívar, es el símbolo de aquellos que se quedan, de la madre cuyos hijos han emigrado, en tanto los avatares  del destino nos vuelven a poner, como ciudadanos ante la misma situación, como personajes de una obra que se repite en bucle.

La actriz Daisy Sánchez logra crear durante la puesta una energía poderosa que alcanza a la audiencia. Los recuerdos del personaje de Nina, pasan por su piel creando un ambiente de confesión en tanto el personaje se debate entre vender su collar de perlas para poder comer o quedárselo aferrada a lo poco que le queda de memoria. Los elementos de utilería son antiguos, elegidos sobre los colores ocre y beige que dan a la escena toda la apariencia de una postal de época, en la que el personaje de Nina recuerda su vida interrumpida las veces por la presencia fantasmagórica de su perro Simón, en una casa pletórica de recuerdos que se cae a pedazos sobre ella.

Si bien se trata de un monólogo cuyos puntos de giro ocurren únicamente en el espacio espiritual del personaje: sus dudas, recuerdos, transiciones…la actriz que da vida al personaje de Nina logra hacernos cómplices de  todos estos momentos. Daisy Sánchez canta en escena, su dolor de madre logra conmover a un público mayormente portugués con esta obra que apuesta por llevar la mirada adentro del  personaje, creando espacios de reflexión que rayan en lo humano; una reflexión sobre el papel de los recuerdos para construir aquello que nos hace únicos.

 Convite a la vida

El Festival das Marias - Festival Internacional de Artes no Feminino, en esta edición de octubre de 2022 ha logrado firmemente crear ese espacio de comunidad entre mujeres creadoras. Un espacio de convivio teatral muy esperado tras largos meses de incertidumbre sobre la continuidad de la vida teatral. Su proceso de curaduría se ha ampliado a varios campos del conocimiento abriendo el espectro de propuestas al público incluso a manifestaciones como la economía, la historia o la ecología. Esto responde a una interpretación del espacio femenino como un todo que no solo abarca las expresiones artísticas per se, sino la vida, las rutinas, y desde este espacio de cotidianidad, los organizadores de este festival entienden también su espacio de impacto social. Quede así creado el hito para dar continuidad y amplificación a esta acción artística abarcadora. Vengan más años del mismo, otras ediciones en el que las artes femeninas sean igualmente una muestra de las mujeres que somos hoy. ¡Viva el teatro!   ¡Larga vida a las Marías del Alentejo! 

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