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Hay que estar en la Farándula

© Buby
No nos engañemos: Farándula está en todas partes. Tanto en el éter de las redes sociales de manera persistente como en el espacio físico,  allí en la calle Línea a lo largo del Circuito Teatral. Las vallas grises de la Hemeroteca de Casa de Las Américas —en construcción—, el portal de la Casona de Línea e incluso las olvidadas veletas promocionales Línea han vuelto a la vida y atrapan la atención de los transeúntes.
El elenco de Farándula nos mira desde allí con actitud provocadora, que causa ante todo una incontrolable curiosidad. Razón suficiente para que la sala Llauradó casi no baste para la cantidad de espectadores que llegaron ¡seis! noches a la semana para ver este último estreno de Jazz Vilá Project.
Entrar al teatro fue sinónimo de atravesar casi triunfante la cola de quienes esperaban en la cola “los fallos”, reencontrar a amigos del teatro y a otros de la farándula, ver aquí y allá un rostro conocido en la televisión… Aquella noche en que asistí, me tocó en suerte ver la interpretación de Camila Arteche y Yordanka Ariosa en los papeles de Sara y Elena respectivamente. La primera enfermera y la otra doctora del mismo policlínico. En tanto los personajes masculinos de Lorenzo y su novio el Yoyo fueron asumidos por Carlos Busto y Omar Rolando.
Lorenzo —fotógrafo—vive con su pareja en su apartamento-estudio. La llegada-invasión de la familia del Yoyo es el desencadenante de las peripecias de la obra pues éste pide a Lorenzo que no diga que son pareja pues nadie de su familia sabe aún que es homosexual. Elena, la doctora es una amiga de Lorenzo quien actualmente le ayuda a preparar una exposición. Sara llega a casa de Elena y tras una conversación trivial en apariencia y llena de equívocos, la besa, pero Elena la rechaza y ésta se marcha. Por su parte el Yoyo, que también mantiene una relación con Sara, intenta convencerla para que su familia se quede en su casa ya que “él la ama”. Farándula es, por otra parte, el espacio elegido para que tenga lugar la exposición de Lorenzo y el lugar donde la escena obligatoria de desenlace tendrá lugar, en ella los cuatro personajes estarán juntos por primera vez, provocando que sus secretos salgan a la luz.
Esta creación con dramaturgia de Jazz Vilá tiene un diálogo chispeante, muy ameno que asume y pone en escena los giros del lenguaje urbano, definiendo una suerte de costumbrismo moderno: trae a la escena temáticas socialmente latentes como las diatribas de un gay —o lesbiana— que no “ha salido del closet”; la seudo prostitución de un joven sin casa llegado a la capital; el robo de medicamentos para la venta ilegal, entre otros. Sin embargo, interesa al autor y director  sobre todo entretener, por lo que al vislumbrarse los ribetes dramáticos en su obra, rápidamente fija su rumbo hacia la comedia. Es el caso del personaje de Sara, asumido de manera convincente por Camila Arteche en las dos primeras escenas — cuando besa a Elena y cuando sale de su casa despechada y conversa con Lorenzo en la parada de la guagua— pero, rápidamente la pena que la embarga por ser rechazada se torna en las siguientes escenas en la diversión que provoca un cliché de un personaje alocado y sensual. Su vestuario va del de una mujer moderna al de una folclórica hija de la Virgen de la Caridad del Cobre, con un gran girasol en el cabeza incluido. Asimismo el personaje del Yoyo resuelve -en apariencia- su problema con la promesa de Sara de albergar a su familia, se torna entonces en un guajirito pasado de moda. Quedan estos dos personajes como divididos en un antes y un después, y sus obsesiones y preocupaciones disueltas en la risa que provocan ya desde su vestuario o desde el cliché de sus actuaciones.
Yordanka Ariosa tiene en la obra un cielo donde brillar rotundamente. La actriz con actitudes para la comedia —aún sin proponérselo— siquiera sin reír, provoca la risa con su personaje construido a partir de poses que se van quebrando: la respetada doctora cuyo punto débil son las mujeres, la elegante mujer que “chancletea” si es necesario, la militante  implicada en un caso de investigación policial. En todos los casos ha de cuidar el director la proyección vocal de sus actores, sobre todo en las escenas más íntimas, en que los secretos y confesiones se vuelven literalmente murmullos  en escena.
Una vez más podemos sentir que se trata de una obra de Jazz Vilá: el personaje principal es una artista homosexual que vive alejado del mundo en su apartamento perseguido por sus diatribas personales como mismo sucedía en Rascacielos; los paneles que conforman la escenografía recuerdan también aquella obra por su uso para ocultar y presentar los diferentes espacios. Sin embargo, si Rascacielos tenía un final un tanto dramático: la pareja de hombres que camina hacia la luz tomada de la mano mientras los paneles se cierran sobre ellos, en Farándula se ha dejado atrás el drama, no hay amor, si no interés, no hay lágrimas ni conmoción, sino risa fácil basada en los equívocos y las alusiones procaces. Sobre todo prima en esta entrega una forma muy efectiva de llegar al público –sobre todo joven- y de lograr en estos tiempos del “desarrollo” humano la asistencia masiva al teatro que por supuesto no deja de llamarnos la atención.

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