Hace unos meses culminó una nueva temporada de Top Chef
en su edición española. Se trata de un show de telerrealidad seguido
por millones de espectadores según las estadísticas que han sido
publicadas en varios medios.
Dentro del maremágnum programas de participación, las competencias que propone la fórmula Top Chef agregan un poco de sustancia al saber popular sobre cocina, así como actualiza conocimientos sobre la coquinaria moderna y las novedosas técnicas para elaborar alimentos. La competencia tiene lugar entre cocineros profesionales, quienes han de probar su inventiva, capacidad para improvisar y los diferentes conocimientos adquiridos a lo largo de su carrera. Como en casi todos los show de su tipo, en cada emisión, los participantes se irán marchando a casa uno por uno, cuando no consigan superar a sus rivales.
Top Chef no es una mercancía única. Sus trasmisiones comparten adeptos entre los televidentes de MasterChef –para cocineros no profesionales– o MasterChef Junior –para niños aficionados a la coquinaria–. Estas franquicias se han disgregado por varios países de toda América y Europa hasta naciones culturalmente más alejadas de nosotros como Finlandia, Grecia, La Liga Árabe o Indonesia… aunque siempre, los diferentes espacios de trasmisión proponen retos que colindan con las tradiciones del comer de cada territorio. Por ejemplo, en MasterChef España la emisión realizada desde la ciudad de Toledo constituyó una de las más atractivas gracias a la revisitación que se hizo a la historia de la convivencia de tres culturas en esa ciudad: la cristiana, la judía y la árabe, siempre a través de su culinaria.
Y claro, también tiene ese otro ingrediente: LA COMPETENCIA, escrita con mayúsculas, pues se trata del alma del show. No importa que la misma sea bailar, cantar o cocinar, nuestra adrenalina sube cuando los participantes tienen tiempo limitado, cuando el reto parece imposible de realizar, cuando el ser humano se sobrepone a las limitaciones… Y claro, siempre un final feliz, nos da esperanza. La más reciente edición de Top Chef España tuvo como ganadora a Rakel Cernicharo dueña y cocinera del restaurante Karak de Valencia. Luego de trece semanas de competencia se alzó con el Cuchillo Dorado venciendo a merecedores de Estrellas Michelín, Soles Repsol, a cocineros de amplia trayectoria, en competencias de postres, de primeros platos, de comida al carbón. Desde la elaboración de un trampantojo –trompe-l’œil– culinario, pastelería moderna, asados, hasta creaciones a partir de casquería, o de comida en conserva… los concursantes fueron puestos repetidamente a prueba.
Si algo salta a la vista tras la culminación de este show de habilidades, es que los cocineros no son ya la figura disimulada entre vapores de la cocina, que preparan sus platillos consultado su libro oculto echando polvos mágicos que enternezcan a los comensales. Hay mucho brillo y belleza en estos cocineros modernos. Recordemos que entre los postulantes al título de MasterChef Junior son comunes los looks chic traducidos en rizos perfectos, sombreros que develen la tendencia siempre artística del chico en competencia. La imagen tiene aquí una importancia capital para “robarle el corazón” a los televidentes con la misma pasión con que se convencen a los jueces. Por su parte, entre los postulantes al Top Chef España este año llamaban la atención la belleza de sus concursantes. Varios, además de cocinar podían perfectamente ser modelos de tendencias alternativas. Ataviados con sus chaquetillas de punta en blanco estos cocineros destilaban seducción, con sus tatuajes urbanos, sus peinados a la moda, sus undercuts, sidecuts –como Rakel misma–, barbas, colores de cabello estridentes, rímel, gafas hipster. Y lo cierto es que programas como este son en primer lugar shows, es decir un muestrario, un catálogo de lo bello y, claro, también de lo útil –en este caso–.
Algo nos ha enseñado este programa a los televidentes, y es que la cocina moderna se niega a ser inamovible. En la reinterpretación de platos tradicionales yace su vida; en su alianza con novedosas técnicas para preparar alimentos está su futuro. Hay mucho de seducción en ella, sobre todo en quienes la ejecutan. Los chefs modernos son parte de la puesta en escena: sus historias de vida, sus anhelos, pasiones y obsesiones llegan inefablemente a los platos que preparan. De esta misma manera se miran a los chefs desde el ahora, un paso adelante en el gran teatro que es la cocina: todo luces, seguidores… son los Pavarotti y María Callas de la noche, de sus ejecuciones impecables dependen la satisfacción, la provocación de sensaciones en los comensales quienes, cual gran público, ovacionan al final de la velada.
(Fuente: Cubapaladar )
Dentro del maremágnum programas de participación, las competencias que propone la fórmula Top Chef agregan un poco de sustancia al saber popular sobre cocina, así como actualiza conocimientos sobre la coquinaria moderna y las novedosas técnicas para elaborar alimentos. La competencia tiene lugar entre cocineros profesionales, quienes han de probar su inventiva, capacidad para improvisar y los diferentes conocimientos adquiridos a lo largo de su carrera. Como en casi todos los show de su tipo, en cada emisión, los participantes se irán marchando a casa uno por uno, cuando no consigan superar a sus rivales.
Top Chef no es una mercancía única. Sus trasmisiones comparten adeptos entre los televidentes de MasterChef –para cocineros no profesionales– o MasterChef Junior –para niños aficionados a la coquinaria–. Estas franquicias se han disgregado por varios países de toda América y Europa hasta naciones culturalmente más alejadas de nosotros como Finlandia, Grecia, La Liga Árabe o Indonesia… aunque siempre, los diferentes espacios de trasmisión proponen retos que colindan con las tradiciones del comer de cada territorio. Por ejemplo, en MasterChef España la emisión realizada desde la ciudad de Toledo constituyó una de las más atractivas gracias a la revisitación que se hizo a la historia de la convivencia de tres culturas en esa ciudad: la cristiana, la judía y la árabe, siempre a través de su culinaria.
Y claro, también tiene ese otro ingrediente: LA COMPETENCIA, escrita con mayúsculas, pues se trata del alma del show. No importa que la misma sea bailar, cantar o cocinar, nuestra adrenalina sube cuando los participantes tienen tiempo limitado, cuando el reto parece imposible de realizar, cuando el ser humano se sobrepone a las limitaciones… Y claro, siempre un final feliz, nos da esperanza. La más reciente edición de Top Chef España tuvo como ganadora a Rakel Cernicharo dueña y cocinera del restaurante Karak de Valencia. Luego de trece semanas de competencia se alzó con el Cuchillo Dorado venciendo a merecedores de Estrellas Michelín, Soles Repsol, a cocineros de amplia trayectoria, en competencias de postres, de primeros platos, de comida al carbón. Desde la elaboración de un trampantojo –trompe-l’œil– culinario, pastelería moderna, asados, hasta creaciones a partir de casquería, o de comida en conserva… los concursantes fueron puestos repetidamente a prueba.
Si algo salta a la vista tras la culminación de este show de habilidades, es que los cocineros no son ya la figura disimulada entre vapores de la cocina, que preparan sus platillos consultado su libro oculto echando polvos mágicos que enternezcan a los comensales. Hay mucho brillo y belleza en estos cocineros modernos. Recordemos que entre los postulantes al título de MasterChef Junior son comunes los looks chic traducidos en rizos perfectos, sombreros que develen la tendencia siempre artística del chico en competencia. La imagen tiene aquí una importancia capital para “robarle el corazón” a los televidentes con la misma pasión con que se convencen a los jueces. Por su parte, entre los postulantes al Top Chef España este año llamaban la atención la belleza de sus concursantes. Varios, además de cocinar podían perfectamente ser modelos de tendencias alternativas. Ataviados con sus chaquetillas de punta en blanco estos cocineros destilaban seducción, con sus tatuajes urbanos, sus peinados a la moda, sus undercuts, sidecuts –como Rakel misma–, barbas, colores de cabello estridentes, rímel, gafas hipster. Y lo cierto es que programas como este son en primer lugar shows, es decir un muestrario, un catálogo de lo bello y, claro, también de lo útil –en este caso–.
Algo nos ha enseñado este programa a los televidentes, y es que la cocina moderna se niega a ser inamovible. En la reinterpretación de platos tradicionales yace su vida; en su alianza con novedosas técnicas para preparar alimentos está su futuro. Hay mucho de seducción en ella, sobre todo en quienes la ejecutan. Los chefs modernos son parte de la puesta en escena: sus historias de vida, sus anhelos, pasiones y obsesiones llegan inefablemente a los platos que preparan. De esta misma manera se miran a los chefs desde el ahora, un paso adelante en el gran teatro que es la cocina: todo luces, seguidores… son los Pavarotti y María Callas de la noche, de sus ejecuciones impecables dependen la satisfacción, la provocación de sensaciones en los comensales quienes, cual gran público, ovacionan al final de la velada.
(Fuente: Cubapaladar )
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