Hace
varios meses, la periodista Mery Delgado publicó en la página web de Cubaescena
una interesante reflexión sobre las repetidas interrupciones de los timbres de
llamadas en espacios públicos tan poco oportunos como las salas teatrales.
El teatro, que es magia, como le encanta decir al maestro Rubén Darío Salazar queda yerto cuando en medio de una función suena cualquier aparato de localización. Esto, dicho así parece una perogrullada, pero ¡ah! hay que repetirla hasta el cansancio, como rezaba un popular anuncio publicitario cubano de hace varios años.
El teatro, que es magia, como le encanta decir al maestro Rubén Darío Salazar queda yerto cuando en medio de una función suena cualquier aparato de localización. Esto, dicho así parece una perogrullada, pero ¡ah! hay que repetirla hasta el cansancio, como rezaba un popular anuncio publicitario cubano de hace varios años.
Son
varias mis experiencias –y las de cualquier persona asidua al cine o el teatro–
y mis “encuentros cercanos” con esos dispositivos allí, donde menos uno los necesita.
En el Cine Pionero recientemente convertido en cine 3D, tuve que escuchar a una
señora dando por teléfono las indicaciones detalladas de cómo hacer el arroz
congrí dominguero. Qué le importaba que la película estuviera en su escena
climática donde los personajes habían de resolver los conflictos que le habían
aquejado durante todo el filme. También en repetidas ocasiones un susurrado
“ahora no puedo hablar” como salido de ultratumba es capaz de removerte en tu
asiento.
El fin de semana pasado un señor abrió y comió un
paquete de Pellys crocantes nada más y nada menos que en la primera fila de la
Sala Tito Junco. Luego de su extendida degustación en medio de la que hacía
sonar el nailon de vez en vez, abrió una latica de refresco. ¡Psh! Y para
cerrar abrumadoramente la noche, recibió una llamada en el momento climático de
la obra causando, por supuesto, que los actores desviaran la mirada hacia el aparato,
que por demás disparaba un flash con cada timbrazo. A su lado la audiencia se
movía incómoda compartiendo su atención entre lo que ocurría en el escenario y
la escena “todo X uno” que se desarrollaba en platea. ¿Cómo hemos llegado a
eso?
A
veces pensamos que de tan obvio no hace falta repetirlo, pero desgraciadamente,
las advertencias del tipo “Señoras y señores, les rogamos apagar sus teléfonos
celulares y otros dispositivos de localización…” antes de cualquier obra ya
pasan a ser machacones y por tanto inaudibles para muchos.
El
director Ernesto Parra, por ejemplo, tiene una técnica efectiva. Esperar. “No
tengan pena -le dice al público-. Yo espero a que ustedes apaguen los
celulares…” y espera. De pie sobre el escenario, aguarda
por aquel que pensaba que lo había apagado, y no lo hizo, por el que pensó que
nadie lo iba a llamar. Pues hacer “magia” es también emplear tiempo, dedicarle
tiempo a que la chispa se encienda antes de arrastrar a la pasión los corazones
de los asistentes. Creo que en este punto se hace necesaria una campaña de
educación dirigida a la audiencia. Para que de manera inteligente, se pueda
separar en la imagen pública la herramienta de trabajo y facilitación de la
vida que es el móvil, del artículo de lujo en que se ha constituido en el
imaginario popular. Que suene en medio de una función de teatro un móvil con la
canción del momento echa a perder la magia que tanto esfuerzo cuesta lograr al
equipo de trabajo y debe dejar de verse como un elemento aislado, sino como una
falta de educación continuada que necesita ser atendida.
Si
pudiéramos comenzar por el teatro o el cine sería magnífico, e ideal seguir
trabajando con otros espacios públicos también invadidos de manera nociva por
la tecnología como el transporte público o los taxis colectivos…Por supuesto, eso
ya es parte de otra historia.
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